A veces uno va por la vida pensando que nada bueno va a pasar, o simplemente, inerte ante hermosas posibilidades. Va como ese polen que flota, que sube y baja en el viento. Con la vista apuntada a la nada, sabiéndose no signatario de mágicas suertes. Caminando apesadumbrado, enojoso, tambaleantemente triste. Hasta que, de un momento a otro, todo cambia, y ese polen de nada, que vagaba sin un rumbo, ingresa, poco a poco, por obra y arte de la imaginación y los deseos, en un torbellino de pensamientos alentadores. De pronto, uno se cree destinatario de una excelente jugada, y, mejor aun, conquistador de reinos augurados, de reinos y comarcas que jamás había encontrado en su camino, de paisajes jamás visitados, pero soñados alguna vez. Se piensa en como la suerte, así tan de repente, ahora se acuerda de uno, y se felicita al destino, que, encadenando pequeños sucesos, lo ha llevado a uno a un lugar mejor, sacándolo de la sombra en la que uno se pensaba a salvo. Y uno se siente feliz, se siente llegado a una meta, se imagina tiempos futuros, se ríe en soledad, siempre abrazando sensaciones que cree están por venir. Y la imaginación comienza a volar, incansable, y uno no puede conciliar un sueño tranquilo, porque le ocupan el tiempo, los sucesos que uno piensa van a acontecer, hechos que uno creía no necesitar, que uno había olvidado, pero los ve reflotar, los ve crecer, y uno se dice ganador de grandes luchas, gladiador aclamado por bulliciosas muchedumbres, se dice, gran mago de las más altas magias.
Hasta que todo cambia. Cuando uno piensa fríamente las cosas y se detiene en que quizás su imaginación, al encontrar tales paisajes, lo hizo a uno entrar en tal deseo, produciéndole un cruel engaño. Ahí es cuando uno se vuelve a colocar en el lugar del que no debería haber salido, en aquel espacio en que nada sucede, en que todo es obsoleto, tenue. Y uno vuelve a flotar despacio, el torbellino se calma, y esos momentáneos colores, se apagan. Debido a esto, uno ya no tiene ganas de apostar a su destino, ya no. Piensa que nada le tienen reservado en esos casilleros, o, peor aun, que lo que le tienen reservado, no es lo que uno quiere, no es lo que uno sueña. Pero, ¿Qué pasa si uno está equivocado, y tales suertes lo están esperando?. Esto no puede uno saberlo. Pero siempre, en mundos de imaginación, es mejor estar prevenido, para no caer mal parado. Aunque el tiempo de ilusión se agradece. Pero que bueno hubiera sido, que a uno se le hubieran reservado dulces hogares.
Uno puede olvidar las desilusiones, pero los cortes si que dejan cicatrices. Más aun, si tales cortes, son propinados, con poderosas armas, que uno había imaginado antes, y que soñaba poseer.
Uno espera equivocarse. Errar (de fallar), para no errar (de vagar).
Le dicen a uno: “Quedate en ese incomodo banco de estación, porque ese tren reluciente, no te lleva a ninguna parte. Ese hermoso y soñado tren, no es el tuyo”.