Nuestros amigos Marx y Engels fueron capturados por un escuadrón de sinfonías agridulces que dejaron sus corazones nobles en estado de delicadeza mortal. Sus corazones soviéticos y angloparlantes fueron pisoteados sin piedad. Sus ansias de escribir grandes teoremas invocando poderes extraterrenos ya no son las mismas. Su fuerza se diluye como el agua, se seca, sus ganas de correr como en aquellas tardes de Mayo parisinas ya no son tales. Marx y Engels sienten el desarraigo de sus metas, las ven cada vez más lejanas, casi imposibles, pero ellos seguirán su marca hacia la Plaza Roja para concluir con tantos años de conferencias. Una meretriz comentó a Marx y Engels que sus deseos no se llevarían a cabo, que “a esos parques no irán jamás” les dijo en tono acusador. Sus profesores de metafísica escribieron sobre ellos: “los jóvenes Marx y Engels no se concentran en sus actividades, ya que fueron golpeados por un viento del norte. Este Pampero o Monzón, los dejo de patitas en un terreno pantanoso del que no podrán salir fácilmente. Sus ansias de triunfo en cierto terreno, fueron borradas como una mala escritura”. Con estas lapidarias líneas, los profesores acusaron a Marx y Engels de estar tristes debido a decepciones que les quitaron sus energías para vivir.
Ambos se dirigieron hacia las costas del Báltico a corretear coristas en noches de tintachos. Los aldeanos, al ver que Marx y Engels caminaban por sus calles, les convidaban con empanaditas de copetín recién horneadas. Les arrojaban carteles de Burger King incendiados en señal de agradecimiento, por demostrar que la gente de abajo también existe. Una señorona ataviada con vestimentas africanas les bailó malambos dulces de La Puna Loca, blandiendo una bandera con la cara de Pamela Anderson. También Loli López y Sole Solaro reclamaron a gritos en conferencia de prensa el teléfono de Marx y Engels para invitarlos a tomar solcito en bolas.
¡Y sí!, ¡son Marx y Engels!. Buscando nuevas aventuras.