De golpe se nos acerca una iguana que grita exhibiendo una credencial de Hostelling International, “¡Frenen esta locura!”. Y una doña que viene en skate repartiendo panfletos de Pizza Hut, sentencia: “Una cosa es ser así y otra es ser asá”. Todos aplaudimos como quien recibe un tarrito de Off en esas quintitas del olvido, cuando por la tarde noche, comienzan a bajar a la tierra los dañinos mosquitos. Una gran ola cubre la ciudad de Puntalara, embebiéndola en vinitos del Jujuy y, flotan en ella, las Quenas que jamás fueron tocadas y los charangos de Mahatma Saralegui. Porque él nos impulsa a creer en milagros. Sí. Es Mahatma Saralegui, el elegido. Ese que vio pasar la vida y a muchas cartucheras de colegio, de esas rectangulares que se cerraban con imán. Las vio cruzando la calle, yendo a comprar azufre para ver si tenían aire en el cogote. Amplio y luminoso como la Victorynox de Mc Giver.
Eso… eso… es Mahatma Saralegui.