— Hola, ¿se encuentra el señor Johansson Sorensen?.— dijo uno.
— No, en este momento no se encuentra. ¿Quiere que le deje un mensaje?.— contestó el otro.
— No gracias, mas tarde llamo. Adiós.
— Malditos escandinavos. ¡Estas no son horas de molestar!. ¡Quizás en su Stockholm ustedes no duermen, pero en nuestra Daanmark si lo hacemos!. — gritó y colgó de súbito.
Se perdieron sus modales.