“Brian de Palma y Francis Ford comparten su amor por la misma silla”, tituló la revista Oliver Cronwell de Tasmania. Ellos dejaron volar su amor como los cuervos de Hitchcock, junto a Julie Andrews, que iba vestida de monja, voladondo por la campiña austríaca (luego de que zafaron, ya que justo el que los encontró era un pibe conocido y no los mandó al frente). Bela Lugosi confesó su adicción a la sandía con vino. Declaró que es lo mas parecido al factor RH positivo, su favorito. Sus tragos son preparados con gran pericia por Tom Cruise en su bar de cocktails, al que llega montado en su avión de guerra, perseguido por Iceman, luego de jugarse unos pooles con un canoso y mala onda Paul Nuevo Hombre y cerca de su chica de afro llevar, ex hermana de El Garañón italiano. Quentin soñó con un mundo cubierto por rollos de cinta y sillitas de madera con respaldo al grito de “light… camera… ¡action!”. Fede Fellini deambulaba robando bicicletas junto a Vitorio de Sicca y Adriano Celentano (alta bebida de leche materna en aquel banco de plaza). Nicola di Bari recomendó que vean La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende, para aprender como Pinocho no era solo un muñeco de madera con naso regulable. No debe perderse en el tiempo la canción de Valeria Lynch en la película Héroes: “Maas… me das cada día mas… aleluya por el modo que tienes de amar” mientras se mostraba a Dios elongando. Uno de los mejores papeles fue el de Grandineti en Esperando la Carroza (recordemos que llevó con hidalguía un manto odiado… digno del Academy Award), película muy transitada los sábados o domingos a la tarde en TELEFE o Canal 13. Guy Ritchie se comió a Madonna debido a sus producciones con tono británico al extremo. Mucho callejón sin salida, calle adoquinada, siempre nublado y esa pronunciación tan particular. Pino Solanas fue perseguido en Wisconsin por moradores furiosos, para utilizarlo como arbolito de natividad. El nuevo cine argentino se compone de personajes comunes, tipo historias de doña Rosa que va a comprar el pan y se quiebra la cadera, una vendedora de cosméticos que juega al ludo con sus amigas o la novia de un kiosquero que lo engaña con un obrero de una fabrica de estaño. Orson Welles si que armó bardo aquella vez con sus voces radiales. Generó corridas en todas direcciones y embotellamientos sin fin. Los Martes Orquídeas fue el primer film de Mirtha Legrand de Tinayre junto a Juan Carlos Torry (¿Era él?) y otros. Los Otros y Nicole Kidman salieron a recorrer la casa todos muertos sin saber quien estaba vivo, cual niño en Sexto Sentido. La atracción fatal de Glen Closse por Michael Douglas daba miedo, como el inquilino horrible que era Michael Keaton, luego de ser el hombre murciélago de Gotham City. El amarillo del semáforo se asemeja a Uma, cortando marotes orientales, a pleno Satori Hamso, como sintiéndose un Hurukai, mandado al frente por el primer mago blanco, desde su torre, que terminó inundada por árboles de lento hablar, al igual que la mente de Jack Nicholson en aquel hotel olvidado con su gran laberinto de libustros. Hacha en mano, buscando la libertad, para cometer un RedRum invertido. Uno que no sabía nada dijo: “¡esa precuela va para atrás papá!”. El gran Sean Penn, en un río de misticismo, no podía llorar por su hija muerta y mató al hombre equivocado. Si solo hubieran encontrado antes aquel fiambre, Tim Robbins aun estaría con vida, tan vivo como aquel banquero preso sin justicia, que se recorrió altas mierdas para alcanzar el barquito en la playa con su amigo Morgan Hombre Libre. Ese mismo hombre libre, que llevaba a la simpática Miss. Y el nombre de Tim, nos trae a Juanito Profundo cortando libustrinas a toda velocidad, navegando los siete mares choreando a toda lanchita, tratando de atrapar a un tipo sin marote y manejando una factoría de golosas golosinas. Derramamos lagrimas cuando Oscar Shindler se da cuenta que el anillo recibido podría haber salvado dos almas más. Nos impresionamos de manera irreversible con ese matafuego justiciero y ese ultraje sin fin. Nos sentimos tan solos como Bill y Scarlett en esas noches insomnes en Tokio. Y si de insomnes hablamos, como no recordar a Hanks, insomne en Seattle, hablando con esa emisión radial y ganando ese carocito de Meg Ryan, con sus dulces pecas y sus ojos llorosos. Pero ese no fue él unico Ryan en la vida de aquel Tom, ya que Steven un día de mucha muerte lo mandó a buscar a otro, el quinto de cinco, el último. Y pasamos horas junto a una Nicole, que hacía las irreconocibles veces de Virginia Lobo, hasta que su último cabello se sumergió bajo el agua, simil Max Caddy en aquel Cape of Fear (Confesamos que nos entristeció que Caddy no se saliera con la suya). Y el gran Pacino, que regía un estudio jurídico muy eficaz y tenía un gran hogar en su oficina, que mostraba orgulloso a su pollo de Beirut, aun antes de que este fuera El Neo Elegido, que agarraba el teléfono, pasaba de dimensión en dimensión y hasta se llegaba a casa de un oráculo bastante doña Rosa, con galletitas y todo. ¡Inolvidable la morocha que se comía el Merovingio!. Como también son inolvidables esos ojos que conocen a Joe Black. Y que peligrosas esas hermanitas suicidas y virgencitas, cosa que nadie esperaba así fuera, solo la hija de Francis Ford. ¿Y esos doce hombres que pugnaban encerrados tanto tiempo? ¿Y esa loca de Demi que dijo que Michael, el hijo de Kirk, la había toqueteado? ¿Y como no la iba a toquetear si ella laburaba bailando en lugares indecentes, para llevarle morfi a su hija? ¡Si hasta Paul Nuevo Hombre la había querido comprar por un palito verdolaga! ¿Ahora que se viene a hacer la Barbara Streissan caminando por puentes en Madison?. Y para colmo, Bruce Willis, se quedó sin zapatos en el edificio secuestrado y se cortó todo con vidrios, mientras charlaba con el oficial buena onda. Y Depardieu que era alto y rubio se puso uno rojo, tan rojo como aquel mes que quería cazar Sean Connery, ya pelado y sin dar el look de un Bond, James Bond, ni siendo el papá de Indiana Jones. Que tanto odiaba que le dijeran “Indiana”.
Desconfien de la gente a la que no le gusta el cine.