La revancha había llegado; en el primer encuentro habían empatado uno a uno en el Cementerio de las tucas. Los goles fueron conquistados por Tito Oyarbide para Unidos por el Tetra y el eterno Eric Cantoná, para el Manchester. Por eso, la parada en Old Trafford era más que difícil. El estadio estaba lleno; cien mil espectadores se habían dado cita para alentar a su equipo y abuchear con toda la energía al equipo visitante. El anfitrión ya estaba en la cancha y solo faltaba el equipo argentino, para dar comienzo al encuentro esperado por todo el mundo.
La monarquía completa estaba en el palco de honor esperando el inicio del encuentro. En nuestro país se seguían las alternativas por la televisión en directo, uniendo a los seguidores de Unidos por el Tetra y los de otros equipos. Todos hacían fuerza por los gloriosos guerreros argentinos, que habiendo empatado el partido de ida, llegaban diezmados al Reino Unido, pero dispuestos a dar batalla.
Unidos Por el Tetra salió al campo de juego y en ese momento explotó un estruendoso abucheo, pero el equipo, acostumbrado a las adversidades, ni se inmutó con el ruido infernal. Se formaron para cantar el himno de Villa Catella, que pasó rápidamente ante el respeto del público. Luego del protocolo, los equipos se dispersaron y cada uno se dedicó a pelotear a su arquero. En el arco de Unidos, estaba Rogelio Bizcardi y en el Manchester Peter Shilton. Mientras en el medio de la cancha, él arbitro Yugoslavo, Slovan Ptojovic, lanzaba la moneda al aire, ante la mirada de los capitanes de ambas escuadras; Felipe Meroli y Bobby Charlton. El sorteo lo gano Charlton, que eligió atacar hacia el arco que da al Big Ben, por lo tanto los equipos cambiaron de lugar y todo quedó dispuesto para el inicio del encuentro.
Estaban para el saque Armando Bizcardi (hermano de Rogelio) y la gran esperanza del pueblo entero, Tito Oyarbide. Comenzó el encuentro y los ingleses se vinieron a la primer pelota como si faltaran cinco minutos y fueran perdiendo.
Así transcurrieron muchos instantes del partido, con ataques furiosos del Manchester, a lo que Unidos no se quedaba atrás y también inquietaba, puesto que ambos debían ganar si querían ser campeones del mundo, los obligaba el empate en el Cementerio de las Tucas, en 115 y 32 de La Plata.
De un saque de costado empezó la gloria; el rusíto Acidóvich se la dio a Tito y este, con un dribling endemoniado, dejó atrás a su marcador, para encarar sin detenerse al arco rival, el que daba al Támesis, con la cabeza bien levantada, encaró a Bobby Charlton y le tiró un caño que levantó a los cien mil presentes al grito de “war, war”, sin inmutarse, Tito siguió la carrera triunfal, y ante la salida de Shilton, tocó la pelota con una calidad solo habida en los más dotados, para que se colara ante la mirada atónita del mundo todo. Era el uno a cero y la copa. En cada uno de los bares y casas del país se festejó con gran algarabía por los muchachos de La Plata. A partir de ese momento, los ingleses heridos, se vinieron con todo hacia el arco de Rogelio, que respondió con gran sacrificio a cada pelota lanzada como flecha del ejército del rey en las batallas de antaño. El tiempo pasaba y la copa se estaba vistiendo de celeste y blanco de Argentina y del verde de Unidos por el tetra.
Los embates continuaban, y en una desgraciada jugada, Gary Linekker se venía para el arco y nadie lo podía detener; cuando llegó al borde del área, Rogelio sé vio obligado a salir de frente al goleador inglés, que con un estupendo amague lo dejó desairado y no tuvo otra salida que golpearlo, para que no se vaya solo al empate. Faltaban cuatro minutos y Unidos se quedaba sin arquero, expulsado por la bendita ley del último recurso. En ese momento los corazones comenzaron a latir con lentitud; peligraba la conquista; ya no podían hacer más cambios y si llegaba el empate e iban a penales no contarían con experiencia en el protector de los tres palos. Todos se miraban con gran desconcierto hasta que el gran Tito Oyarbide gritó golpeándose fuerte el pecho: “¡Yo los voy a proteger!”, mientras caminaba desde un área a otra, colocándose la casaca con el número uno. En el camino al arco, se le apareció la imagen de Pedro Gonzalez, el gran arquero de los años cincuenta, que simplemente lo miró fijo y con eso bastó; de inmediato Tito comenzó a trotar hacia el arco a defender, recibiendo en el camino palmadas, que más que de camaradería, eran de temor, por parte de sus compañeros. Cuando llegó al arco, mientras se ponía los guantes que le quedaban enormes, le dijo a su defensa: “cuando lleguemos a La Plata, voy a usar la copa de inodoro”. De los nervios que tenían, nadie lo escuchó, también influía el ruido atronador de las tribunas que lanzaba a su equipo al frente. El primer obstáculo a sortear por Tito en su nuevo puesto, era nada más ni nada menos, que un tiro libre peligroso en la media luna del área. Agazapado Tito, seguía gritando que iba a usar la copa de inodoro, cuando vino el tiro del francés Bernard Matreau, con destino de ángulo derecho; Tito se arrojó como si una bomba fuera a explotar en sus pies y con un impresionante estirón mandó el tiro al córner. Cuando se levantó del suelo dijo: “de inodoro, acuérdense”. El tiro de esquina pasó sin pena ni gloria, despejado por el grandote Peparduk con un certero golpe de cabeza, para alejar por un pequeño instante el peligro, muy pequeño fue el instante ya que enseguida la pelota la tomó el Manchester y lanzó lo que se creía era el último ataque del partido, los dos minutos que el rumano había adicionado ya habían pasado y en el banco del Unidos, su técnico Jordi Montcastell, pedía la hora, como un loco desaforado, pero el arbitro no entendía una sola palabra, por suerte, porque si escuchaba una sola de la sarta de improperios lanzados por el catalán, la multa a imponer, sería mas que seria para el club. Bobby Charlton jugó la pelota para George Best, quien lanzó un centro como puñalada sobre el área; todos miraban el balón que se aproximaba por el aire y un imprevisto tumulto se armó de repente, concluyendo con la caída de un inglés en el área, y ante el asombro y la rabia de los nuestros, el yugoslavo pitó señalando el punto del penal. Los jugadores del Unidos se le fueron encima y aprovechando el poco castellano del juez le dedicaron saludos para él y todos sus familiares, especialmente a las mujeres. El yugoslavo, apremiado por dicha situación, le exhibió la tarjeta colorada a Benito Biondini, el italiano nacionalizado mongol que jugaba en lugar de “coquito” Rosardi, que había sido expulsado en el primer match.
Ya nada había para hacer; el juez asistente, que era un italiano, se hizo entender, y les dijo a los jugadores argentinos que se pateaba el penal y el partido terminaba. No había rebote; todo estaba en manos de Tito Oyarbide, en busca de la gloria.
Se paró frente a la pelota el mítico Charlton y lanzó el disparo en busca de un palo. Desde ese día, la vida de muchas personas giró como tornado.
Unos días después…
- Che, avísenle a Tito que hubo un robo en el club.
- Ahora no le podemos avisar porque está descompuesto, hace rato que está en el baño.